Mi Turno de noche en una gasolinera
Trabajar en una estación de gasolina en medio de la carretera tenía sus desventajas. La primera, era la obligación de permanecer en la tienda de abarrotes adjunta a altas horas de la madrugada, cuando el resto de los empleados se habían ido y afuera estaba más oscuro que nunca.
Si algún camionero o viajero llegaba en medio de la noche, siempre podía despacharse solo y llenar el tanque.
Pero si les apetecía un café o un bocadillo, David tenía que
estar ahí para cobrar. De modo que, aburrido, se limitó a jugar en la
computadora detrás del mostrador.
La verdad es que era raro que alguien entrara en la tienda a
esas horas.
Fue por eso que se sorprendió mucho, cuando alzó la mirada y
vio a una extraña mujer de edad avanzada mirándolo desde la puerta. La aludida
llevaba guantes, una bufanda en torno al cuello, un sombrero en la cabeza y
enormes lentes oscuros que impedían ver sus ojos. Más allá de su inapropiada
indumentaria, David sintió que había algo en ella que le daba muy mala espina.
—Disculpa, joven —le dijo ella con voz muy extraña—,
necesito que alguien cargue gasolina en mi auto.
—Lo siento, señora. Por políticas de la empresa no se me
permite abandonar la tienda. Pero las mangueras están a un lado de los
despachadores, usted misma puede atenderse. Si quiere, aquí mismo le explicó
como.
Pero la mujer hizo una mueca de desagrado y volvió a salir.
Afuera estaba tan oscuro, que David no pudo ver si estaba cargando gasolina,
pero esperaba que así fuera para que se marchara pronto.
Diez minutos después, la mujer volvió a entrar, para su
decepción.
—Joven, iba a usar el baño de al lado pero no hay papel.
¿Puede salir a poner un rollo?
—Si gusta, le doy este —le extendió el papel higiénico.
La mujer se lo arrebató de mala gana y salió. Un rato
después volvió y lo miró, a través de sus gafas, penetrantemente. David
comenzaba a ponerse incómodo. A lo largo de una hora, la desconocida inventó
todo tipo de excusas para que la acompañara fuera de la tienda, pero él,
asustado y haciendo caso de un fuerte instinto, siempre le respondía que su
lugar estaba tras del mostrador y que desobedecer las políticas de la tienda
podía costarle su empleo.
Finalmente, la señora se hartó de aquello y se marchó, para
alivio del muchacho.
Por la mañana, cuando el sol salió y David por fin pudo
marcharse a casa, se dirigió a su auto y encontró algo que le heló la sangre.
Sobre el capo del vehículo había unos guantes, una bufanda,
un sombrero, unas gafas de sol y una peluca rubia.
Los mismos que aquella tenebrosa mujer llevaba horas atrás.
Esta historia fue posteada hace tiempo en un foro de
Internet. El protagonista nunca supo quien era aquella mujer y por qué quería
que saliera de la tienda. Pero hoy en día, aunque le aterra recordar la
experiencia, se siente contento de haber escuchado a su sexto sentido.
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😡😡😡😡
ResponderBorrarPero no le hizo nada, y en sí no paso nada, mmmm como que le falta algo para asustar de verdad.
ResponderBorrarLa idea no es asustar. Es un casi real dicen eso le paso a un chico trabajando
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