Rose Mary: El cuadro maldito de una hermosa mujer


Aarón pensaba en eso todos los días cuando recorría el trayecto a casa, pero esta vez sus pensamientos fueron interrumpidos por una preciosa imagen: había un cuadro abandonado en mitad de la carretera, un cuadro que parecía mostrar a una mujer tomando el té, sentada sobre un sillón, con mirada distraída en unas rosas rojas del mismo color que su hermoso vestido rojo carmesí.





Estaba cubierto de polvo y tenía un recuadro de metal en la parte inferior de su marco, una leyenda tal vez. Al pasar la manga de su camisa se pudo leer “Rose Mary”. Maravillado por la belleza del cuadro, Aarón lo subió a su vehículo pues era algo encantador que pensaba colocar en la habitación principal, justo en lo alto de la pared, donde se vería muy bien y todos los visitantes dirían que era espectacular y preguntarían sobre su origen, carcomidos en secreto por la envidia.

Con una sonrisa en su rostro Aarón continuó en el largo trayecto hacia su hogar, dulce hogar, donde seguramente su esposa Audrey lo esperaría con una sonrisa en la puerta, como una fiel guardiana.

Mientras Aarón colgaba en la pared el cuadro en su casa, Audrey servía la cena, los dos se sentaron en la mesa, pero él no dejaba de observar el retrato, parecía enamorado de la pintura, parecía ausente, su mente estaba ocupada con la imagen.

—¿Podrías dejar de verlo? —dijo Audrey con celos y enojo: odiaba ese cuadro cada vez más, parecía que quería robarle el amor de su marido, tal vez por eso se había atravesado en su camino.-

Él simplemente contemplaba aquella imagen colonial, sin siquiera darse cuenta de lo que pasaba a su lado, perdido en la imaginación, en los cabellos de la chica y en aquellos ojos que parecían reflejarlo. Parecía tan real, pero solo era un cuadro, un cuadro que ni respirar podía.

—Es qué acaso no lo ves, es una hermosa obra de arte.

Al oír eso, Audrey se levantó lanzando la vajilla con un fuerte estruendo sobre la mesa de caoba, pero a su marido pareció interesarle poco que se retirara del comedor enfadada. No dejaba de contemplar aquel cuadro, solo faltaba que se moviera y le hablara.

Ellos rara vez peleaban, pero Audrey era muy celosa. “Qué estúpidas que pueden volverse las mujeres cuando sienten celos. Tener celos de un cuadro, como si la chica del cuadro fuese a cobrar vida y seducirme, ¡vaya idiotez!”, se dijo interiormente Aarón mientras miraba a Audrey con cierto disgusto, aunque luego le vino a la mente la chica del cuadro y todo lo que quiso fue dormir para soñar con ella, para estar en sus brazos y bucear en el encanto de sus ojos…

El sueño dentro de un sueño...


Mientras bajaba las escaleras con cansancio y sin cuidado, porque lo primero que quería ver era ese cuadro colonial, algo sin embargo había pasado con la pintura: ahí seguía esa mujer clavada en la pared, pero había algo extraño en ella, había crecido, se había expandido, la torre Eiffel de Paris se observaba, y un paisaje crecía a su lado. Se veía la casa de ella y un castillo, personas bailando, hombres retratando a las más bellas damas y una orquesta clásica.

Aarón giró su cuello: el cuadro crecía más y más, como si fueran raíces creciendo sobre su pared. Una planta maravillosa, que se extendía en las ventanas, las tapizaba como si fueran ladrillos de un mágico castillo. Y el cuadro crecía más y más, con duques de Francia, señoritas y ancianos elegantes, flores rojas que parecían abrirse de pétalo en pétalo, mariposas y aves que revoloteaban en el cielo, ventanales gigantes donde la luz se filtraba, niños jugueteando ante sus ojos maravillados. Todo era tan extraño, tan mágico y confuso en aquel proceso que se desplegó hasta que el lugar en que él se hallaba fue sellado y, así como salida de la nada, Rose estaba frente a él, mirándolo con dulzura (y algo de pasión) porque había sido el hombre que la recogió en aquella oscura y fría noche, el hombre que la colocó en un cálido hogar.

—¿Quieres estar conmigo? —preguntó entusiasmada aquella mujer y él asintió con una seña afirmativa, besó sus labios, mientras ella resbalaba por su cuello, con un tremenda pasión, mostrando su escote.

—Espera, aquí no se puede, antes tienes que hacerme un favor, sobre todo si quieres estar conmigo —dijo aquella mujer mientras él afirmaba sus acciones sin dejar de tocarla.

—Mata a tu esposa.

Te lo dije, perra, ¿dónde está mi cuadro?


Un portazo lo despertó, su esposa había llegado, el cuadro no se encontraba en la pared, ella sostenía una bolsa, tal vez era el almuerzo de esa mañana.

—¿Dónde está? —preguntó dirigiéndose hacia Audrey.

—¿Dónde está? —decía más enfurecido.

—¿Dónde está?… No sé dónde está y no me interesa, tal vez se fue caminando. —dijo ella con ironía.

Tras decir eso, giró y se encontró cara a cara con su marido. Un golpe en la cabeza la hizo caer. Aarón había tomado de una taza de oro y acero de cuando su boda y, con ese símbolo de unión, le había propinado un golpe bárbaro…

—¿Aarón? Dime qué te hizo la mujer del cuadro, dime qué te hice yo —dijo Audrey con los ojos nublados por sus lágrimas y sangre tirada en el piso...

Fue un golpe tras otro. Nada lo detenía, ni los gritos de ella ni el ver como su carita se iba transformando en un penoso amasijo de carne y hueso. Solo se detuvo al reventarle el cráneo

La escena era horrenda pero pronto estaría fuera de ese lugar. Qué más daban esas manchas de sangre. Arrastró su cuerpo hasta el baño manchando el suelo de escarlata. Abrió el grifo del agua y esta empezó a salir llenando rápidamente la bañera, allí puso el cadáver de Audrey con la mitad del cráneo aplastado.

—Te lo dije, perra, ¿dónde está mi cuadro?

Vamos, toma tu té, y estaremos juntos por siempre


El sótano era el lugar más seguro en que Audrey podría haber ocultado su cuadro. Y ahí estaba oculto detrás de algunos oxidados metales. Se encontraba partido a la mitad y Rose Mary parecía haber desaparecido de la pintura.

De pronto un susurro resopló en su nuca: era ella, su querida Rose Mary, la dueña de su alma, aquella que le robó sus acciones, su cerebro, su corazón…Un lazo que antes había adornado su preciosa cabellera color fuego se encontraba en la entrada de la cocina marcándole donde había entrado su amor: ahí estaba esa hermosa pelirroja, tomando el té.

Cuando el reloj marcaba las doce, su sueño se cumplió.

—Vamos, amor, lo has logrado, has llegado a mi corazón cumpliendo mi suplica, eres un honorable caballero.

—Vamos, toma tu té, y estaremos juntos por siempre, vamos, bébelo.

De un solo trago el té pasó por su garganta, la taza rodó por la alfombra y él cayó en brazos de su Rose. Entonces sus ojos empezaron a nublarse y a fallar. En unos pocos minutos, la vida de Aarón se apagó.

Que hermosa mujer, tiene una mirada especial


Gerald Taylor, el vecino de los Jones, se extrañó porque hacía semanas que no había visto a Aarón y Audrey salir de su hogar. Por eso un día fue a tocar su puerta, pero nadie respondía y un olor nauseabundo invadía el ambiente, como si un perro estuviera pudriéndose.

Dentro se escuchaba el goteo constante del agua, incluso el suelo del jardín se encontraba húmedo, la hierba había crecido hasta casi llegar a sus rodillas, la cerradura de la puerta no tenía candado alguno y el cadáver de Aarón se podía ver a pocos metros de la entrada de la casa, inerte en el suelo de la cocina. Consternado, Gerald salió corriendo al primer teléfono que encontró y la Policía llegó en instantes.

El forense y los peritos tenían una teoría, pero el agua había dañado muchas pruebas. En opinión de los forenses, al parecer habían golpeado brutalmente a Audrey Simmons hasta reventarle la mitad del cráneo, tras lo cual la arrastraron hasta la bañera.

Misteriosamente, de entre todos los posibles elementos vinculables al siniestro una cosa no quedó dañada por la humedad: se trataba de una pintura que alguien había depositado sobre una de las sillas de la cocina, como si estuviera compartiendo su último sorbo con ella. Como por arte de magia el cuadro se había reparado solo y en él se veía a una enigmática y hermosa mujer que tomaba el té y llevaba un vestido escotado casi tan rojo como sus largos y ondulados cabellos; debajo de ella se podía leer la siguiente leyenda: ‹‹Rose Mary››.

—Que hermosa mujer, tiene una mirada especial —dijo uno de los agentes pensando para sus adentros en quedarse con el cuadro después de acabadas las investigaciones...

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