El camionero fantasma
Daniel no veía el camión que parecía señalarle el hombre, pero sintió al mirarle a los ojos que era un hombre bondadoso y desesperado que realmente necesitaba su ayuda.
Cuenta la leyenda que un camionero llamado Ignacio Velázquez avanzaba a gran velocidad con su tráiler por una zona montañosa. Aunque habitualmente era muy precavido y un gran conductor, la noticia de que su mujer estaba a punto de dar a luz le había obligado a saltarse las precauciones que normalmente tomaba mientras conducía.
Sabía que debía llegar lo más rápidamente posible para
entregar un dinero que era necesario para que asistieran el parto de su esposa,
por lo que no dudó ni un instante en arriesgar su vida entre abismos y zonas
rocosas para llegar lo antes posible. Era una cantidad de dinero muy grande
porque sumaba el total de dos meses de trabajo y la venta de una finca que
recientemente había heredado.
Cuando faltaban pocos kilómetros para el desvío que le
llevaría junto a su esposa y el primer hijo que ésta alumbraría, su camión
perdió el control y salió de la carretera. El impacto contra las rocas fue
brutal, pero Ignacio consiguió salir del vehículo sin un solo rasguño. Aturdido
por la situación y sin saber muy bien qué hacer, intentó que algún coche le
llevara hasta su mujer, pero era una carretera poco transitada y tras varios
minutos no pasó ningún otro vehículo.
Decidido a llegar junto a los que quería de una forma u
otra, comenzó a caminar en dirección a su destino; anduvo por aquella carretera
varios kilómetros, pero por alguna extraña razón parecía no avanzar y, cuanto
más se alejaba del lugar del accidente, más oscuro se volvía todo. Desesperado
por la situación decidió sentarse en una roca, aunque no se sentía cansado, mas
estaba tan confundido que necesitaba hacer una pausa, y cuál fue su sorpresa
que, al mirar hacia atrás buscando algún coche para hacer autostop, encontró a
su camión estrellado contra las rocas.Era como si no hubiera caminado ni diez
metros a pesar de todo su esfuerzo, como si estuviera atado a aquel lugar y le
fuera imposible escapar. Se había convertido en un alma en pena atado a este
mundo.
Con el tiempo y casi sin darse cuenta, su espíritu se volvía
cada vez más fuerte, incluso corpóreo, hasta que llegó un momento en el que
pudo aparecerse a los conductores que viajaban por esa vía a la misma hora en
que él falleció en el accidente con su camión. La mayoría de conductores,
asustados, aceleraban el paso o le ignoraban. Hasta que un día…
-Buenas, señor ¿a dónde va?
-Amigo, necesito ayuda, mi nombre es Ignacio Velázquez y mi
mujer está a punto de dar a luz. Mi camión se ha salido de la calzada, no puedo
dejarlo aquí con toda la carga (mintió el fantasma para no desvelar que estaba
ligado a aquel lugar), pero es de vital importancia que mi mujer reciba este
sobre con dinero para que atiendan su parto y las necesidades del niño. Esta es
la dirección dónde vivimos, una matrona se encuentra con ellos- le dijo
mientras le ofrecía un papel con una dirección anotada y un sobre bastante
abultado lleno de dinero.
Daniel no veía el camión que parecía señalarle el hombre,
pero sintió al mirarle a los ojos que era un hombre bondadoso y desesperado que
realmente necesitaba su ayuda. Había algo extraño en él, como si por alguna
razón sus ojos no pudieran enfocarle y le viera borroso, pero no le dio mayor
importancia y lo atribuyó a su cansancio y a que llevaba más de una hora con la
mirada fija en la carretera y concentrado para evitar salirse de la calzada en
alguno de los peligrosos abismos.
Alargó su mano para recoger el sobre y la dirección y de
forma casual rozó la mano de Ignacio. Un escalofrío subió por su brazo hasta su
espalda, un frío tan intenso que le hizo estremecerse. Quedó paralizado, y ante
la atenta mirada de Ignacio, bajó la vista para leer la nota y vio que estaba a
pocos kilómetros y no le desviaba mucho de su camino, levantó la cabeza
nuevamente para confirmar al hombre que cumpliría con su cometido. Pero éste
parecía haber desaparecido, miró a un lado y al otro, pero no había rastro de
él ni de su camión. Se había esfumado con tan rápidamente como había aparecido.
Habían transcurrido un par de horas y había empezado a
amanecer cuando llegó a la casa de Ignacio y su mujer, no conocía el pueblo y
las indicaciones no eran tan claras como pensó inicialmente. Llamó a la puerta
pero nadie le abría. Una vecina, viendo su insistencia mientras golpeaba la
puerta, le dijo que ya nadie vivía allí.
– Allí no vive nadie ya, si busca a doña Matilde (el nombre
de la mujer de Ignacio), se cambió de casa hace tiempo.
Aquello era realmente raro, pero Daniel era un hombre de
principios y estaba decidido a hacer todo lo que estuviera en su mano para
ayudar. Pidió la nueva dirección a la vecina y, aunque estaba en la otra punta
de la ciudad, no dudó en acercarse para entregar el sobre. Una hora después
llegó a la nueva dirección y llamó a la puerta.
– Buenos días ¿está doña Matilde? -dijo pensando que quien
le abrió la puerta sería la matrona.
– Buenos días, sí soy yo, ¿qué desea?
– Me envía su marido con este sobre con dinero para atender
su parto, pero debe haber un error porque obviamente usted se encuentra en perfecto
estado.
– Eso es imposible, mi marido falleció en un accidente de
tráfico el día que nació mi pequeñín.
Pudo ver a un niño de unos cinco años jugando en el suelo
detrás de doña Matilde. Daniel estaba confundido, pero algo en su interior le
decía que era el lugar y la persona correcta, por lo que extendió su mano y le
entregó el sobre sin hacer más preguntas. La mujer abrió el sobre y estalló en
lágrimas cuando encontró junto al dinero una nota escrita a mano por su marido
que le decía:
“No he faltado a mi promesa, aquí está el dinero, siempre
estaré con ustedes. Los quiero”
Pero no era así, sentía una gran paz y la sensación de haber
hecho lo correcto. Recostó su cabeza en el respaldo del asiento e
instintivamente miró por el espejo retrovisor.
Reflejado en él estaba Ignacio, que le sonreía y le daba las
gracias. Daniel dio un salto en su asiento y se giró para mirar tras su
vehículo en el lugar que debiera estar el hombre que se reflejaba. Pero allí no
había nadie, miró nuevamente al espejo, pero todo rastro de aquel buen hombre
había desaparecido.
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